VICENTE ALEIXANDRE
VICENTE PÍO MARCELINO CIRILO ALEIXANDRE y MERLO
Vicente Aleixandre (Sevilla 1898-Madrid 1984)
Poeta de la Generación del 27, miembro de la Real Academia
Española, Premio Nacional de Literatura, Premio de la Crítica y Premio Nobel de
Literatura.
La infancia de Vicente Aleixandre está ligada a Jaén ya que,
su familia era propietaria del Molino de Atocha en el pueblo de Pegalajar, y
allí pasaban grandes temporadas. Más tarde, comprarían una finca entre la
Guardia y Pegalajar, extendiéndose su contacto con la zona.
POETA PARA JAÉN
Poesía en prosa:
«EL NIÑO CIEGO», DE VÁZQUEZ DÍAZ
ERA EN EL PUEBLECILLO de Pegalajar, provincia de Jaén. Nosotros vivíamos en el Molino de Atocha, bastante apartado, y algunas tardes el manijero me decía: «¿Vienes, niño?», y se sentaba en el mulo cuando se iba hacia el pueblo para recados. Y es que a mí me gustaba llegarme allí para jugar con la bandada de chiquillos, y nunca tenía prisa para volver, por entre el olivar, hasta el Molino, que daba a la carretera de Jaén a Granada, me acuerdo bien, precisamente frente al Hoyo de Rojas.
Había un niño que no jugaba. La primera vez que me fijé en
él estaba en la puerta de la casa, en pie, silencioso. La casa enjalbegada, el
niño en el quicio. La cara, levantada, y un sol de Poniente que le daba de
pleno en el rostro, suavemente, como repensándoselo. Yo cruzaba corriendo y
solo recuero eso: un niño en el sol, más en el sol que los demás niños cuando
están en el sol. Una cabeza alzada en el sol, como si hubiera entregado su
rostro todo para la caricia. En la prisa de los niños, los chiquillos eran una
marea, y yo una espumilla más entre ellos; casi golpeando contra las paredes,
estrellados muchas veces, saltando, salpicando. La ola se alargaba ruidosa por
entre las calles del pueblo, pero no recogía nunca aquel poco de agua quieta
que era el niño callado junto a la casilla.
Me dijeron una vez: «No ve». Y me quedé mirándole. Otro día
se acercaron unos chicos y yo con ellos, desgajados de los que jugaban. Todos
eran amigos. Sonrió como al aire, con la sonrisa general, para que cada uno
tomase su porción, que él ofrecía como si extendiese su mano chica. Y tenía en
la otra mano, pendiente, algo así como una guitarra pequeña.
Después, en otros días, yo solía tirar de los niños para que
nos acercáramos. Nosotros llegábamos sofocados del juego. Él estaba sereno, no
frío, con un vago estar muy suave, como si acabase de posarse silenciosamente
un momento antes de nuestra llegada. Cuando hablaba, en el instrumento
planteaba alguna vez una nota, que quedaba vibrando cariñosamente en el aire.
La última vez que le vi faltaba muy poco para que nosotros
dejáramos el Molino. Pregunté por él en el último momento y me dijeron que
estaba en su casa. Hoy me parece todavía que le miro. Sentado en su silla de
anea, sostenía su bandurria sobre la pierna y estaba tocando. Me detuve en su
puerta. Vestía su trajecillo azul claro, casi gris, que contrastaba
armoniosamente con los rojos palitroques de su silla alegre. La cabeza,
levemente ladeada, se bañaba en el aire quieto y los ojos dolorosos —uno casi
borrado, el otro apenas una rayita blanca— parecían tocados por una mano de
bondad que los redimiese. Su cara absorbida, sacada a más luz, casi sonreía, y
un soplo de ternura echado sobre los rasgos semejaba consentir la semitristeza,
la semifelicidad de aquel rostro. La mano rozaba las cuerdas y en el instante
en que yo asomé estaba recién alzada de una nota y parecía flotar nerviosa,
sola, en la onda pura que le levantaba.
Me quedé quieto, callado, suspenso durante unos minutos.
Después, muy despaciosamente, eché un pie para atrás y me retiré silencioso.
-Evocaciones y
pareceres 1968
-REMEMORACIÓN DE LA
INFANCIA EN PEGALAJAR EN UN POEMA DE VICENTE ALEIXANDRE GENARA PULIDO
TIRADO (Revista de poesía nº 5 Paraíso)
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